A ti, Cachita

Ensayo fotográfico con fotos hechas desde el 2004 al 2020 en Barajagua, Holguín; El Santuario Nacional de la Virgen del Cobre, Santiago de Cuba; y la Ermita de la Caridad, Miami, Florida, con texto escrito por la historiadora y curadora de arte Yenny Hernández Valdés. Una versión de este ensayo se publicó en la Revista El Estornudo el 10 de septiembre del 2020.

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El entramado cultural caribeño es la consecución de complejos procesos sociales en el que se han mixturado diferentes fuentes étnicas que han devenido en un proceso de mestizaje cultural que nos define y singulariza. De ese resultado ha emergido una religiosidad popular de matiz transcultural, si recordamos la esencia del concepto de Fernando Ortiz.

Precisamente, ese auge de adoración religiosa ha sido simultáneo al proceso de creación artística, y ha transmutado en diferentes interpretaciones, formatos y lenguajes. Y es que el culto a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, que producto del sincretismo de nuestra religiosidad popular también es Oshún, Cachita, la Virgencita o la Virgen Mambisa, se traslada del espacio devoto para encontrar a través del arte, y en este caso del lente, un asidero de representación estética.

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William Riera, quien ha construido una trayectoria fotográfica basada en las historias que encuentra a su paso por las diversas geografías a las que ha llegado, y como santiaguero de sangre que es al igual que nuestra Virgen de la Caridad, ha registrado con su cámara el arraigo de una fe, la permanencia e importancia de una tradición y una creencia que cada vez se expande por otros lares.

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Sus “Cachitas” no solo discursan sobre un ícono de devoción popular prendado en la esencia sociocultural de una región determinada. Sus piezas nos ofrecen una mirada interpretativa de las uniones que puede engendrar una creencia religiosa. Nos presenta su tierra natal, Santiago de Cuba, como núcleo generador y promotor del culto a la Patrona de los cubanos; así como también refleja la trasplantación de esta fe en el sur de la Florida, en Estados Unidos, producto de esos procesos migratorios y de permanencia de tradiciones que continúa hoy día formando parte de los toma y daca de las diversas sociedades.

Como un hurgador sociológico, comprometido con sus raíces santiagueras(cubanas) y además con esa mirada adiestrada que ha madurado con el tiempo, William ha sabido proyectar con un matiz sensible y realista la vorágine que supone la veneración a la Virgen desde contextos muy diferentes en geografía, sistema y pensamiento. El tratamiento que le otorga a este ícono es en sí mismo un culto a la divina Patrona, un acto de fe que registra la fibra que ella hace palpitar en la vida de sus hijos. De ahí que tanto el santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba, como el de la Ermita de Nuestra Señora de la Caridad, en la Florida, constituyan para muchos el templo del sosiego, el sitio donde canalizar penas, donde encontrar luces ante tanta oscuridad, y donde siempre recibir los brazos abiertos de la Virgen.

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Si nos detenemos un momento en la degustación visual de estas obras-documentos de William Riera, nos damos cuenta de que el exquisito empleo del blanco y negro que despliega en otras de sus series, aquí no encuentra cabida. Y estoy segura que ha sido a toda conciencia, para otorgarle al color, y a una excelente estructura composicional cromática, el valor y la fuerza visual que este comporta en lo que a religiosidad popular se refiere.

¿Cómo apagar o prescindir de ese amarillo intenso que baña a la Virgen y que sus fieles han asumido para identificarse con ella? El dorado, el amarillo y sus contrastes tonales, e incluso, su diálogo con otros colores de la escena, le otorgan a este ensayo fotográfico una viveza capital. Transmite vida, esperanza, luces…y son esas las mismas sensaciones que experimentamos cuando nos encontramos ante ella, confesándonos, pidiéndole, venerándola.

Los tres Juanes no fueron los únicos afortunados al encontrar la barca en la que varaba la Virgen en la bahía de Nipe, en 1612. Hemos sido afortunados también las generaciones de cubanos que posteriormente al hallazgo hemos podido ser partícipes de su devoción, primero en Barajagua, ese asentamiento inicial que la recibió, y luego en El Cobre, donde tenemos un espacio para la oración, para la intimidad y la confesión como mismo hace una madre con sus hijos.

Pero también afortunados han sido todos los que se han proclamado seguidores de la Virgen en tierras miamenses, desde que arribara en 1961, momento a partir del cual el auge al culto de Nuestra Señora de la Caridad se ha incrementado con mayor fuerza popular. Lo que derivó que en 1966 se levantara la Diócesis de Miami, bautizada por el Arzobispo Coleman F. Carrol, no solo como casa para encontrar la misericordia divina, sino también como el sitio idóneo donde los creadores plasmen con su arte su homenaje a Cachita.

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La Patrona de todos ha quedado perpetuada en las instantáneas de William Riera, en encuadres que transitan desde la intimidad como protectora de la casa y de la vida, hacia escenas más abiertas de compenetración con el decursar cotidiano en plazas y parques, en diálogo silencioso con quienes se la encuentran a su paso, o en el templo de culto donde sus hijos se van más reconfortados y prósperos.

A ti Cachita, esa mujer bendita entre todas las mujeres, cuya estampita nos acompaña como escudo defensor, llegue este homenaje con mirada fresca y pasional, sobre lo que representas para todos:

“Blanca rosa desprendida

de la divina deidad

líbranos de todo mal

Virgen de la Caridad”

                                          rezos de los devotos que la llaman…

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